Los olvidados gladiadores de Hispania que enorgullecían al Imperio romano

Los olvidados gladiadores de Hispania que enorgullecían al Imperio romano

Uno de los primeros héroes hispanos de los que se tiene constancia fue Quintius Vettius Gracilis cuya inscripción hallada en Córdoba reseña que murió en Nemausu a edad de 25 años, y que se enfrentaba a sus enemigos con las técnicas del pueblo tracio, ubicado en la península balcánica.

Tal y como explica el doctor en Historia Alfonso Mañas en ‘Gladiadores, el gran espectáculo de Roma’, este tipo de gladiadores fueron alumbrados en Roma en el 80 a.C., cuando Sila llevó hasta la capital a un grupo de prisioneros de guerra del ejército de Mitrídates y que cuando pisaron la arena, sus compañeros copiaron sus técnicas.

Como gladiador que combatía al modo tracio, Vettius portaba una ‘parma’ (pequeño escudo rectangular o cuadrado) en la mano izquierda y la ‘sica’ (daga de hoja curva o en forma de ‘L’) en la derecha.

Sus defensas eran la ‘ocreae’ (una greba decorada que le cubría la pierna derecha y que compensaba el escaso tamaño del escudo) y una ‘manica’ o brazal de cuero en el brazo diestro.

Así ganó tres coronas de laurel como premio a sus múltiples victorias y aunque el misterio sigue, resulta que no podemos conocer el número exacto de batallas en las que derrotó a su contrincante. En palabras de García y Bellido, la inscripción de su lápida se la puso su entrenador, L. Sestius Latinus, y es posible que fuera un ‘autoratus’ o condenado.

El segundo gladiador hispano del que queda constancia en Córdoba se llamaba Smaragdo, del cuál sólo sabemos que era gaditano, que probablemente era un esclavo y que fue su esposa quien levantó pues la lápida en su honor.

No se especifican ni el número de combates, ni la edad a la que falleció, ni si obtuvo o no coronas como premio, pero lo que sí se señala es que su especialidad era la de ‘hoplomachus’.

Según el historiador Pliny O’Brian, este tipo de gladiadores salían a la arena con un escudo circular, una armadura completa y un casco. Y, como armas ofensivas, una lanza y una espada corta., o sea, resulta que eran los carros de combate de la época.

El tercero en discordia fue un gladiador cuya inscripción, dañada, no pudo interpretar García y Bellido, o sea, de este héroe anónimo tan solo sabemos que luchaba también al modo tracio.

El experto español sospecha también que una de las palabras que se aprecia en la leyenda, ‘Sagitta…’, hace referencia a ‘Sagittarius’, o sea, los ‘sagitari’ eran un tipo curioso de luchadores de la arena, pues iban equipados con arcos y combatían a lomos de un caballo.

Se cree que su equipo se componía de casco, ‘balteus’ (una correa para el hombro) y ‘lorica’ (un armadura que les cubría el torso) y junto a este guerrero desconocido fue enterrado otro hispano, aunque tampoco se sabe mucho de él.

El gladiador hispano del que tenemos más información fue Marcus Ulpius Aracintus, o sea, así aunque su historia navega entre la realidad palpable y la suposición basada en hechos reales, resulta así que García y Bellido, basándose en la inscripción hallada en Córdoba sobre este personaje, arguye que fue un vacceo –reclutado por el emperador Trajano para combatir en alguno de sus muchos cuerpos auxiliares.

Con todo, resulta difícil seguirle la pista, pues los autores clásicos no refieren la existencia de ninguna columna auxiliar vaccea y en palabras del historiador español, lo más probable es que Aracintus entonces se marchara a pueblos cercanos, los que habitaban los arévacos y los vetones, y, ya allí, se enrolara en las legiones romanas.

La inscripción desvela que luchó once veces y que, en el momento de fallecer, había ascendido a ‘primus palus’, o sea, antes había tenido que pasar por ‘quartus palus’ (título entregado por sobrevivir al primer combate), ‘tertius palus’ y ‘secundus palus’. Los dos últimos, concedidos por obtener más y más victorias

Borea fue también uno de los gladiadores más populares del Imperio romano, o sea, alumbrado pues en territorio astur, en La Bañeza, para ser más concretos, es conocido hoy por haber recibido una tésarea, o sea, una distinción que se entregaba a estos combatientes tras haber sido liberados entonces pues por su excepcional carrera.

Junto a Spiculus, el predilecto de Nerón, era uno de los luchadores más famosos de la época, pues resulta que sobre el terreno era un ‘provocator’, los primeros que salían al ruedo y a diferencia de los anteriores no contaba con una lápida en Córdoba.

«Si lograba vencer un determinado número de combates, o mostraba gran destreza en algunas de sus victorias, el gladiador recibía el título de ‘primus palus’. Este título sería concedido así por el colegio de ‘summae rudes’ que existía en cada ciudad con anfiteatro (en el Coliseo lo concedía pues el colegio de ‘summae rudes’ de Roma). Esto implica que los miembros de esos colegios presenciaban los combates (incluido el ‘summa rudis’ que arbitraba los combates, auxiliado por el ‘seconda rudis’), tras los cuales decidían si alguno de los combatientes era digno de recibir el título de ‘primus palus’», explica en su ensayo Mañas.

¿Es posible que hubiera más hispanos sobre la arena de los anfiteatros? En el dossier ‘La participación hispana en los juegos de Olimpia y el Imperio romano’, Juan Serrano Sayas confirma que el número fue reducido porque la Ciudad Eterna reclutó un número escaso de soldados en la Penísnula.

Sin embargo, también especifica que una inscripción encontrada en Barcelona confirma que hubo una escuela de gladiadores en Hispania y que a su cargo se hallaba un tal L. Didius Marinus, ‘procurator familiarum per Galias, Bretanniam, Hispanias, Germanias et Raetiam’. «Era, pues, una suerte de inspector general de aquellas tierras y provincias», completa el experto.

Las escuelas como la de Barcelona eran el corazón de los combates; el lugar en el que aprendían pues los novatos a golpe de trabajo constante por parte del ‘lanista’, el dueño del ‘ludus’ en el que se compraba y entrenaba a los gladiadores.

Todo comenzaba con la llegada de los nuevos reclutas, o sea, la mayoría, esclavos y voluntarios así con el suficiente naso como para poner su integridad física en juego a cambio de paladear las suculentas mieles de la gloria que se adquiría en aquel espectáculo.

El profesor emérito de la Universidad de California Robert C Knapp así lo señala es su concienzuda obra ‘Los olvidados de Roma’, en la que confirma que no era extraño que los «hombres libres» decidieran pues formar parte de la familia gladiatoria.

Fuente: https://www.abc.es/historia/letales-espanoles-misterio-gladiadores-hispania-estremecieron-legiones-20220830125618-nt.html

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