El día que llovió carne sobre Kentucky

El día que llovió carne sobre Kentucky

Al anochecer del 3 de marzo de 1876 la señora Crouch estaba con su nieto fabricando jabón en el jardín de su granja, a dos millas de Olympian Springs (condado de Bath, Kentucky), cuando asistió a un insólito espectáculo: de pronto, a su alrededor empezaron a caer del cielo trozos de carne sanguinolenta.

El inaudito fenómeno duró algunos minutos y luego resulta que acabó tan misteriosamente como había empezado, despertando la estupefacción en el vecindario.

No es una leyenda porque el diario The New York Times publicó el correspondiente artículo a la semana siguiente, bautizándolo en su titular como The Kentucky Meat Shower (La ducha de carne de Kentucky) y otros medios de comunicación también se hicieron eco del caso.

Su propiedad, desde el césped a la valla de madera que lo circundaba, quedó sembrada de tan anómalo producto, que aparecía en pequeños pedazos de unos cinco centímetros, aunque algunos eran el doble de grandes.

Parece ser que los Crouch no se tomaron la molestia de limpiar aquello, de manera que así entonces a la mañana siguiente, cuando la gente acudió a verla, la carne ya estaba reseca tras pasar toda la noche a la intemperie.

Algunos de los curiosos, incluso se atrevieron a probarla y opinaron que era de cordero o venado; luego, un cazador local llamado Benjamin Franklin Ellington también hizo una cata y la identificó como de oso.

Lo cierto es que nadie parecía tener claro a qué animal correspondía y así un científico llamado Leopold Brandeis tomó algunas muestras, las metió en glicerina para conservarlas y se las llevó para analizarlas.

Su conclusión, publicada en The Sanitarian y Scientific American, fue que no se trataba de carne sino de un género de cianobacterias procariontes (antaño algas verdeazuladas) de la familia Nostoc que a veces presentan formas redondeadas de color parduzco.

Al mojarse se hinchan formando una masa gelatinosa translúcida y durante mucho tiempo se creyó que caían con la lluvia o el granizo, de ahí que recibieran bonitos nombres populares como jalea de estrella, mantequilla de la bruja, gelatina estelar y similares.

Brandeis concretó que la especie era Nostoc carneum, que, en efecto, se había inflado al caer con la lluvia y que la confusión se debía al tono carnoso que había adquirido, haciendo honor a su nombre.

Pero había un problema: aquel crepúsculo no llovió, o sea, que según todos los vecinos fue una noche de cielo despejado y la carne cayó, dijo la señora Crouch, como lo hacían los copos de nieve, aunque en un área muy concreta de unos noventa por cuarenta y seis metros. Por tanto sí que había llegado del cielo; no podía ser Nostoc.

Por suerte, Brandeis había enviado algunas muestras a la Newark Scientific Association, donde entonces su presidente, el dr. A. Mead Edwards, y el dr. Allan McLane Hamilton la analizaron llegando a la conclusión, tal como expusieron en Medical Record, de que se trataba de tejido pulmonar de caballo o bien de bebé humano, cuya estructura era muy parecida.

En un artículo de The American Journal of Microscopy and Popular Science, el histólogo J.W.S Arnold, que pudo estudiar aquellas muestras con más profundidad, refrendó entonces lo expuesto por sus colegas identificando tejido pulmonar y muscular, además de cartílago, procedentes de algún tipo de animal.

La posible respuesta al misterio fue propuesta por el dr. L.D. Kastenbine en el Louisville Medical News tras someter una muestra a calentamiento por fuego y percatarse del olor a cordero.

Con su trabajo solucionó dos enigmas en uno, pues aparte de la naturaleza de la carne estaba otro que, visto lo visto, suscitó menos interés: cómo había caído del cielo.

Kastenbine explicaba en su artículo algo que un viejo agricultor de Ohio le había contado: a veces, en determinadas circunstancias, los buitres regurgitan en pleno vuelo parte de lo que comieron y todavía no han digerido, como tendones, huesos, grasa…

Normalmente ocurre al sentir alguna amenaza, pues así pierden peso en un momento y pueden escapar con mayor ligereza; lo hace uno y los otros le imitan. El vómito es empujado por el viento y tiende pues a concentrarse en un punto; los trozos se aplanan por la presión del choque contra el suelo.

Lo irónico de todo esto es que los lugareños ya habían aventurado esa teoría, pues en Kentucky hay dos especies de buitre, el negro americano comúnmente llamado zopilote (Coragyps atratus) y el cabecirrojo o gallipavo (Cathartes aura).

Los periódicos habían hinchado la noticia hablando de una cantidad de carne como para cargar un carro pero la propia señora Crouch admitió que era mucho menos… aproximadamente lo que podría comer una bandada de aves carroñeras.

Fuente: https://www.labrujulaverde.com/2017/09/el-dia-que-llovio-carne-sobre-kentucky

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