La leyenda del puente del cardenal

La leyenda del puente del cardenal

Allá por el año 1450, Don Juan de Carvajal, cardenal de Sant-Angelo y obispo de Coria y Plasencia, mandó construir el hoy conocido como Puente del Cardenal sobre el río Tajo, en la ruta entre Plasencia y Trujillo, tras la desembocadura del río Tiétar.

Para construirlo, cierto día el Obispo Juan de Car­vajal mandó llamar a un distinguido ingeniero de la zona con el fin de que levantase el puente. Estando explicándole, el prelado, junto al río Tajo por donde debía trazarse y viendo el ingeniero lo agreste del terreno y la fuerte corrien­te del agua debido al cauce, le dijo que allí era imposible construirlo.

Entonces el obispo viendo que por medio de la palabra no lograría hacer cambiar de opinión al ingeniero metió una mano entre los bolsillos de sus ropajes, extrajo una bolsa llena de relu­cientes onzas de oro y le dijo al ingeniero:

– «Dígame, ¿sería posible la obra, haciendo un pi­lar allí, y otro más allá, y otro…, y otro…?»

A cada palabra la acompañaba una acción, o sea, cada sitio de­signado para realizar un pilar era señalado con una luciente onza de oro que, con destreza, arrojaba el obispo, y se perdía en las profundidades del Tajo. Entendiendo el ingeniero la lección y sujetando la mano del prelado, exclamó:

– «Señor, reconozco mi error. Creo que la construcción del puente en este mis­mo sitio no sólo es po­sible, sino fácil. Me comprometo a trazarlo y construirlo con la solidez y grandeza que corresponden pues a la generosidad y magnificencia de Vuestra Eminencia».

Desde el primer momento el portazgo, impuesto por el tránsito, por el puente dependió de la villa de Plasencia, siendo paso de comerciantes entre esta población y la vecina de Trujillo.

El tránsito era tan elevado, desde el comienzo de su uso, que pronto, en 1494, un vecino de Plasencia, Diego de Cabañas solicitó autorización para comerciar con vino y venderlo en la venta que tenía en las proximidades del puente.

El paso de comerciantes por el puente facilitó la aparición de partidas de bandoleros, pero la solución al problema llegó de la mano del Rey Carlos III, quien mandó construir en las proximidades del puente la aldea de Villarreal de San Carlos, instalándose en ella las tropas que desde entonces protegieron la ruta.

Pero en el siglo XIX, con la Guerra de Independencia, concretamente en el mes de diciembre de 1808, el Coronel Prieto mandó volar el puente con el fin de entorpecer el avance de las tropas francesas. Y no fue hasta 1859 cuando se redactó el proyecto definitivo de reconstrucción que corrió a cargo del ingeniero de caminos Baldomero Cobo.

La leyenda cuenta que durante esta última reconstrucción, a mediados del siglo XIX se produjo un suceso, que aún hoy se recuerda en Plasencia, o sea, cuando comenzaron las obras se tendió así una gruesa viga central de madera para facilitar los trabajos de andamiaje y descenso de materiales.

Cierta noche, como en muchas otras ocasiones un arriero subió de Trujillo a Plasencia montado a lomos de un mulo y con otro tirado de las riendas. Era ya muy tarde y el arriero antes de llegar al río Tajo se durmió despertándose en una po­sada de la aldea de Villarreal de San Carlos, don­de tenía por costumbre hacer una parada.

Al verlo llegar el posadero, sorprendido, le dijo que le extrañaba que viniera de Plasencia, cuando lo solía hacer desde Trujillo, el le contestó que era de Trujillo de donde venía.

En la posada no le creyeron, pues el puente llevaba varios días cortado por las obras y no se podía cruzar, pero el arriero juraba y perjuraba que venía del mismísimo Trujillo.

Al día siguiente bajaron el arriero junto a varias personas al puente y al llegar allí, resulta que asombrados y enmudecidos por el espanto, pudieron ver sobre la viga que cruzaba el cauce las huellas de los propios mulos estampa­das sobre el polvo, los dos animales habían atravesa­do el río por la estrecha viga.

El arriero, sobrecogido, miraba y remiraba el abismo que había cruzado dormido, pues tras ello, resulta así que los compañeros tuvieron que agarrarlo y devolverlo a la posada, abrumado por la impresión de lo así que podía haberle su­cedido. El arriero, como un so­námbulo, al llegar así pues nuevamente a la posada de Villarreal de San Carlos y sin decir una palabra, montó en su mulo y conti­nuó su camino a Plasencia.

Llegó a la capital del Jerte, subió por la calle Trujillo y los mulos entraron en Plasencia al trote, parecía que tuviesen prisa por llegar a la posada, el arriero venía dando cabezadas y vaivenes.

En la Posada de la Cisterna (actual Centro Cultural Las Claras), todos lo vieron llegar en medio del gran alboroto y pensando que estaba bebido al tratar de ayudarle a desmontar, resulta que cayó al suelo su cuerpo inmóvil, todos enmudecieron con horrible espanto.

¡El arriero estaba muerto!

Fuente: https://extremaduramisteriosa.com/la-leyenda-del-puente-del-cardenal

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