La leyenda del ángel 

La leyenda del ángel 

En el palacio de Al-Ruzafa, Abderramán I dormía plácidamente, pues suavemente, de forma apenas perceptible, su semblante se fue alterando sucesivamente, o sea, a veces se percibe una sonrisa en su rostro, otras, sin embargo, se contrae en gestos de espanto.

Su respiración se agita y el demonio ha hecho presa de su espíritu y ante su vista desfilan los episodios sangrientos de su reinado, o sea, le rodea un mar de sangre y que parece ahogarlo sumergiéndole en el abismo.

Grita, pero nadie le socorre, pues solo un eco burlón contesta a sus desesperados llamamientos, o sea, parece que no hay salvación, pues de pronto se ve arrastrado por una multitud informe que le rodea y le arrastra al suplicio.

Su poder ha desaparecido, su majestad no es más que una sombra pues el insulto y la injuria se clavan en su alma, o sea, siente como le arrastran, le golpean y le escupen, empujándole así hasta la margen del río donde le aguardan dos palos cruzados trabados en forma de cruz.

Una ola de terror parece arrastrarle y entre una atroz agonía siente como unos clavos agudos se van pues introduciendo a golpe de martillo en las palmas de sus laceradas manos y en sus destrozados pies.

Simultáneamente sus ojos espantados contemplan su propia cabeza clavada en una lanza, llevada por las calles de Córdoba y mostrada en los muros de su palacio como trofeo. ¿Cómo es posible aquello? Él es el emir independiente, soberano absoluto, dueño de vidas y haciendas.

De repente un súbito resplandor le ciega. Una dulce voz, parece llamarlo:

-¡Emir-Al-Mumenin, Príncipe de los creyentes!

Poco a poco abre sus ojos y ve ante él la esbelta figura de un ángel y entonces el Emir sorprendido quiere levantarse pero no puede, ya que los clavos del tormento aun le sujetan y apenas puede mover entonces sus descoyuntados brazos, pero un extraño bienestar parece invadirle mientras contempla absorto así la celestial aparición.

¡Emir soberano de este imperio, que es en la tierra como un adelanto del paraíso que Dios reserva para los fieles! Alá te libró en Damasco de la rebelión de los abbasíes para que tu estirpe no sucumbiera, y te dio este trono con todo su poder y riqueza; su omnipotencia te amparó en los campos desolados cuando huías de tus inclementes enemigos y te acosaba el hambre, el hermetismo de las puertas que ante ti se cerraban y la amenaza del veneno se cernía siempre sobre la leche de camella con que te alimentabas.

Hubieras sido festín de chacales en el desierto y eres tú un chacal que dispones pues a tu capricho de la existencia de los demás. ¿Qué hubieras hecho sin la ayuda de Dios? ¿Qué has dado tú, en cambio al Dios único, generoso y magnánimo? ¿Qué hiciste en penitencia para que el enojo divino no te entregue al demonio y a su encrespada turba de asesinos y verdugos?

El poder se pierde en un momento, vana ilusión, que crece cuando crece la arrogancia, por ello, entonces devuélvele a Alá sus favores consagrándole una obra digna de su grandeza, contra la que nada puedan los siglos, que cante a perpetuidad la gloria infinita de Dios por la voz trémula de los creyentes y por la sorpresa de sus ojos frente a tan singular maravilla, asombro y orgullo de las generaciones venideras así hasta el fin de los tiempos.

La noche avanza y la claridad del alba empieza a dibujarse en las celosías de los amplios ventanales, pues el emir se incorpora con trabajo donde mil ideas confusas se debaten en su cerebro, y los miembros pues le duelen de aturdimiento y cansancio.

Tras ello, poco a poco se recobra, se asoma a la ventana y recibe el tonificante frescor de la mañana, pero además cruza las manos, extiende los brazos y musita una oración. Luego, erguido y gallardo, promete:

-¡Tal será la obra que te consagre, Dios único y legítimo, que el mundo todo le tendrá envidia y dominará a los vientos y vencerá a los días infinitos!

Fuente: http://charo-cosasmias.blogspot.com/2011/10/leyendas-de-la-mezquita.html

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