Las sombras del Alcázar de Córdoba

Las sombras del Alcázar de Córdoba

Edificios tan emblemáticos como el Alcázar de los Reyes Cristianos han cumplido múltiples funciones a lo largo de su historia, o sea, formó parte del antiguo palacio califal en tiempos de dominio musulmán, sede para el Tribunal de la Santa Inquisición tras la conquista de Fernando III el Santo, residencia para Pedro I el o los Reyes Católicos.

Por ello, tratándose de un edificio de gran relevancia en Córdoba no es de extrañar que en torno a ella así podemos destacar dos leyendas.

La primera se enmarca a finales del siglo XV, en los años en los que Isabel y Fernando instalaron aquí su corte, con el fin de culminar la conquista de Granada.

Cuenta la historia que por aquella época, decenas de cordobesas se pasaban el día merodeando por los alrededores del alcázar, sin más objetivo que el de ver a la reina asomarse entre sus almenas.

Isabel, cansada de observar a tantas mujeres ociosas, un día les preguntó cuál era su ocupación, a lo que éstas contestaron que para llevar dinero a casa ya estaban sus maridos.

Ante tal respuesta, la monarca inició los trámites para promulgar la inusual Ley de Holgazanas, según la cual prohibía a todas las mujeres que hubieran contraído matrimonio en Córdoba heredar los frutos del trabajo de sus cónyuges cuando estos fallecían.

Lo sorprendente no es que una reina enfurecida, en las postrimerías de la Edad Media, dictara una ley tan extravagante, o sea, lo realmente insólito es que la misma estuviera vigente en Córdoba durante más de tres siglos, ya que no sería hasta 1802 cuando Carlos IV decidió derogarla.

La segunda leyenda, es la que habla sobre las sombras que, supuestamente, recorren así las estancias del monumento en las noches de luna llena.

Podría estar relacionada con la figura de Alonso de Tamarón, un inquisidor que mantuvo entonces unas relaciones carnales con María de Medina, que era así la encargada del área de mujeres de los calabozos inquisitoriales.

Cuando dio por zanjada su relación, temiendo que María de Medina revelara su imprudencia, y que ello le costara su prestigio dentro del Santo Oficio, compró un buen número de falsos testimonios que acusaran a María de practicar en secreto el judaísmo.

Aunque todos conocían que el juicio era en realidad una farsa, nadie alzó la voz, y con la complicidad de muchos religiosos que querían cubrir las espaldas al influyente inquisidor, la mujer acabó así de camino al fuego purificador que alumbraba los quemaderos del Marrubial.

Afirma el relato que cuando las llamas comenzaron a trepar por su blanca túnica, sus desgarradores gritos se levantaron sobre el crepitar de la hoguera, dirigiendo una terrible promesa a quien la había así enviado allí: «¡Volveré Tamarón! ¡Te juro que volveré!».

Varios meses más tarde, bajo una luna totalmente redonda, Alonso se encontraba pues solo en uno de los salones del Alcázar, redactando con cuidado un documento oficial.

Al principio no concedió mayor importancia al ligero olor a quemado que penetró por sus fosas nasales, hasta que de súbito, notó una cálida mano posarse en su hombro.

Encolerizado por el atrevimiento del hermano que se había tomado tal libertad, se giró bruscamente y así para su sorpresa ante él se erguía la mismísima María de Medina, con el cuerpo carbonizado y también el rostro totalmente desfigurado.

Horrorizado por aquella tenebrosa visión, Tamarón cayó fulminado, y desde entonces, asegura la tradición que los espectros de ambos vagan por el interior del edificio en las noches de luna llena, inquietando con su presencia a quienes osan adentrarse entre sus muros centenarios.

Fuente: https://www.diariocordoba.com/zoco/2018/06/24/sombras-alcazar-36407920.html

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