Leyendas de Tenerife: El fantasma de Catalina Lercaro

Leyendas de Tenerife: El fantasma de Catalina Lercaro

En uno de esos palacetes construidos en La Laguna a finales del siglo XVI, la conocida Casa Lercaro que hoy es el Museo de Historia y Antropología de Tenerife, ocurrió la historia que se ha convertido en una leyenda, en uno de los misterios más famosos de Canarias y que tiene que ver con un fantasma, el de una joven llamada Catalina Lercaro que se quitó la vida por quererse casar con el hombre con el que su padre le había concertado el matrimonio.

La familia Lercaro era adinerada y hacía poco que se había asentado en la isla, pues su padre Francisco, era un comerciante; un burgués que quería emparentar a su hija con algún hombre que no solo tuviera dinero también poder o títulos.

Así, Francisco Lercaro concertó el matrimonio de su joven hija con un hombre de avanzada edad, cacique local con propiedades en la isla y dedicado al comercio de esclavos, o sea, que la dote entonce sería muy suculenta si se consumaba el enlace ente este y una jovencísima Catalina.

A Catalina, solo escuchar el nombre de aquel viejo, le causaba repulsión y asco, pues la víspera de la fecha en la que se había fijado el enlace nupcial, Francisco Lercaro le recordó a su hija que preparara así el traje que se le había hecho a media para tal ocasión.

La joven corrió a su cuarto, se encerró allí y se sumió en un profundo llanto durante horas, pues entonces sus padres intentaron hablar con ella, pero no les hizo caso y no les abrió la puerta.

Catalina acabó agotada y se dejó dormir sobre la cama, despertándose en mitad de la noche, o sea, así la casa estaba sumida en un profundo silencio, por lo que supuso que tanto sus padres como los empleados del servicio estaban durmiendo.

Era el momento de intentar huir del amargo futuro que le aguardaba en apenas unas horas si se quedaba en sus aposentos, o sea, abrió la puerta y descalza comenzó pues a caminar por los largos pasillos de la casona.

De puntillas y pegada a la pared, salió por la cocina hasta uno de los patios vestida solo con un camisón blanco y en aquel espacio al aire libre intentó encontrar un lugar por el que escapar trepando así aquellos muros, pero no encontró ninguno y las llaves de la casa las tenían a buen recaudo su padre y también los sirvientes.

Desesperada y llena de rabia se encontró Catalina Lercaro en aquel patio en el que estaba así el pozo de agua de la propiedad y en un arrebato se lanzó a él para quitarse la vida ahogándose y poner fin así a su dolor. Y es aquí donde la historia termina y comienza la leyenda, pues aseguran que desde aquel mismo instante el palacete se convirtió en un lugar lúgubre y triste.

Al alba, los sirvientes de los Lercaro se levantaron y empezaron a preparar las viandas para ese día y tras ello, una de las sirvientas de la cocina salió para coger agua del pozo y al tirar el cubo escuchó pues algo extraño, distinto al sonido que habría hecho al caer al agua como hacía siempre.

Se alongó para intentar ver qué era lo que impedía que el cubo llegara al agua y al fijarse bien, vio un cuerpo flotando con un camisón blanco y enseguida la reconoció para gritar: «¡Niña Catalina!». La joven Catalina había quedado flotando boca arriba, con los ojos abiertos y la mirada fijada en el cielo como si pretendiera buscar allí la libertad que había ansiado en vida.

Aquellos desgarradores gritos se escucharon en toda la casona y los padres de Catalina bajaron corriendo hasta el patio para ver qué era aquel jaleo. Francisco Lercaro no se lo podía creer, su hija se había quitado la vida y desde entonces la pena le consumiría.

Días más tardes, los padres de Catalina quisieron enterrarla en el cementerio, pero recibió la negativa del clero, desde el obispo hasta el capellán o sacerdote más humilde.

A pesar de intentarlo con la entrega de ciertas cantidades de dinero, la respuesta entonces siempre fue la misma: «Se ha suicidado y no puede ser enterrada en camposanto». Como no encontró alternativa, resulta que Francisco Lercaro acabó enterrando a su hija en otro de los patios interiores de la casa.

No tardaría mucho en regresar Catalina a la que había sido su casa, en la que había sido feliz hasta que su padre la quiso casar y no le quedó otra escapatoria que la desesperada de quitarse la vida.

Los sirvientes comenzaron a comentar entre ellos que oían ruidos extraños por toda la casona, que así escuchaban pisadas en los pasillos de madera, que veían sombras de alguien que luego no estaba en la estancia donde las veían; incluso, una de las sirvientas encargadas de hacer las camas y limpiar entonces los aposentos de la familia, aseguró haber visto a la difunta Catalina recostada sobre la que había sido su cama.

Y una de las más aterradoras visiones fue la que aseguró haber experimentado una de las sirvientas más jóvenes de la casa, y es que cuando fue a coger agua al pozo para usarla en la cocina, vio cómo el agua se había teñido de rojo al fondo del pozo y ante esa visión se le apareció pues súbitamente espectro de Catalina.

Pero los sirvientes no fueron los únicos en padecer estos fenómenos extraños, los padres de Catalina también los padecieron y tuvieron que dejar la casa mudándose a La Orotava, donde el fantasma de su hija ya no les persiguió.

En realidad, Catalina Lercaro sigue en esa enorme casona convertida hoy en museo y no son pocos los extraños relatos que algunas personas cuentan haber sentido entre esas gruesas paredes.

Al menos una decena de testigos, entre los que se encuentran algunos vigilantes, describen así cómo se escuchan las vibraciones de las vitrinas acristaladas en medio de la noche, o incluso durante el día cuando en esa zona de la casa no transita absolutamente nadie. 

Golpes en paredes y techos, sombras alargadas y oscuras que se extienden por los bajos de las paredes de patios y escaleras, como si se tratase de un difuso cofrade enlutado y poco perfilado, o de repentinos azotes de aire gélido en la antigua cocina de la casa.

Fuente: https://www.eldia.es/sociedad/2022/10/24/leyendas-tenerife-fantasma-catalina-lercaro-77661671.html

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