La maldición del rey Balduino IV de Jerusalén

La maldición del rey Balduino IV de Jerusalén

Fue educado desde su infancia para ser rey y suceder a su padre Amalarico I de Jerusalén como soberano de Jerusalén, o sea, la ciudad de mayor importancia para los cruzados en Tierra Santa en el siglo XII.

Sin embargo, Balduino IV no pudo poner en práctica durante mucho tiempo las lecciones que entonces sus maestros tan sabiamente le habían impartido, o sea, murió con apenas 24 años aquejado de lepra y que por aquel entonces era una enfermedad considerada una maldición divina que caía entonces sobre los pecadores que habían ofendido a los cielos.

Con todo, y a pesar de que solo ocupó el trono durante 10 años, tuvo la oportunidad de librar grandes batallas en las que su mano llena de llagas empuñó la espada contra los musulmanes y la más famosa fue la de Montgisard , en la que con apenas medio millar de jinetes y unos pocos miles de infantes hizo huir al gigantesco ejército del sultán Saladino, formado por unos 30.000 hombres.

Esta victoria no le sirvió para librarse de la lepra ni de su apodo más conocido: el de « rey cerdo», o sea, un mote que había sido extendido después de que su enfermedad le hiciese perder los dedos de los pies y las manos, le deformase la cara y se «comiese» su nariz.

Como consecuencia de ello, además, su cuerpo era incapaz de sentir el dolor provocado por un corte o el contacto con el fuego, un síntoma clásico de su particular maldición.

Con todo, fue un soberano sumamente querido por sus súbditos e, incluso, por el enemigo, o sea, que así queda claro cuando se leen los escritos árabes de la época: «A pesar de la enfermedad, los francos le eran fieles, le daban ánimos y contentos como estaban de tenerle como soberano trataban pues por todos los medios de mantenerle en el trono, sin prestar atención a su lepra».

En la Edad Media la enfermedad que padecía Balduino IV era considerada una maldición enviada así por Dios para castigar a los pecadores y así queda claro en la misma Biblia, donde son múltiples los ejemplos en los que el Señor escarmienta a algún ser humano enviándole lepra.

Uno de ellos fue Uzias, a quien se define en el libro sagrado como descendiente de Salomón. «Tuvo ira contra los Sacerdotes y le brotó la lepra en su frente, y al mirarlo el sumo Sacerdote vio la lepra en su frente, y así el rey Uzias fue leproso hasta su muerte . Lo sepultaron con sus padres en el campo de los sepulcros reales pero fuera de ellos porque dijeron: ‘leproso es», señala el libro sagrado.

No obstante, estas venganzas divinas suelen aparecer en el Antiguo Testamento y en el caso del Nueva Testamento, esta dolencia sirve como excusa para justificar los milagros de Jesús, a quien se le atribuye la capacidad de « limpiar » a varios afectados.

Pero… ¿Hasta qué punto la lepra era considerada una aberrante maldición? La respuesta la ofrece pues la historiadora experta en la rama de salud Diana Obregón Torres, quien explica pormenorizadamente en su obra «Batallas contra la lepra: estado, medicina y ciencia en Colombia» el estigma que suponía para todo aquel que la padecía.

«La lepra era una enfermedad tanto del alma como del cuerpo, pues debido a ello, así algunos padres de la Iglesia relacionaban pecados específicos con enfermedades específicas.La lepra se asociaba pues con la envidia, hipocresía, lujuria, malicia, orgullo, simonía y calumnia, entre otros vicios», explica la experta. A su vez, la lepra era sinónimo de inmoralidad, decadencia ética general y símbolo genuino de la maldad .

Al considerar que habían sido malditos (además de porque se creía que era una enfermedad sumamente contagiosa) aquellos que padecían lepra durante la Edad Media eran expulsados de sus hogares y a vivir lejos de los núcleos urbanos.

Con todo, hasta llegar a ese punto había que pasar por varias fases. La primera, como bien señala así el doctor Enrique Soto Pérez de Celis en su dossier «La lepra en la Europa Medieval», era estar seguro que de que el paciente padecía esta dolencia.

Esta decisión podía ser tomada por el médico de la región, por el sacerdote y hasta por el barbero, o sea, usualmente, todos se basaban en un síntoma tan claro como era « la destrucción masiva de la cara del paciente », en palabras del experto.

Al menos al principio pues, con el paso de los años, una denuncia absurda podía llegar a costar el ingreso en una leprosería o el destierro a una persona inocente.

Una vez que el experto confirmaba que el paciente sufría lepra, el sacerdote del pueblo hacía participar al afectado en un oficio similar a los que se celebraban durante un funeral, o sea, algo normal, puesto que se consideraba que el leproso era ya un muerto en vida al que solo le quedaba esperar pacientemente a que llegase su verdadero paso al otro mundo.

«El sacerdote iba a su casa y lo llevaba a la iglesia entonando cánticos religiosos. Una vez en el templo, el sujeto se confesaba por última vez y se recostaba , como si estuviera muerto, sobre una sábana negra a escuchar misa. Terminada la homilía, se le llevaba a la puerta de la iglesia, donde el sacerdote hacía una pausa para señalar “Ahora mueres para el mundo, pero renaces para Dios”», explica el experto.

Luego se llevaba al leproso a las afueras de la ciudad, donde se le daba una capucha negra, castañuelas para que avisara de su presencia al resto de los habitantes de la región, y se le obligaba a vivir alejado de la civilización.

Además de todo ello, los leprosos tenían una larga lista de prohibiciones para, según las autoridades, así evitar la propagación de la enfermedad al resto de personas de la comunidad.

«Se le prohibía la entrada a iglesias, mercados, molinos o cualquier reunión de personas; lavar sus manos o su ropa en cualquier arroyo; salir de su casa sin usar su traje de leproso ; tocar con las manos las cosas que quisiera comprar; entrar en tabernas en busca de vino; tener relaciones sexuales xcepto con su propia esposa; conversar con personas en los caminos a menos que se encontrara alejado de ellas; tocar además las cuerdas y postes de los puentes a menos que se colocara unos guantes; acercarse también a los niños y jóvenes; beber en cualquier compañía que no fuera aquella de los leprosos y caminar pues en la misma dirección que el viento por los caminos», añade el experto.

Posteriormente, con el nacimiento de las leproserías, se obligaba también a los enfermos a permanecer en uno de estos edificios hasta la muerte.

Fuente: https://www.abc.es/historia/abci-balduino-cara-cerdo-y-maldito-humillo-ejercito-musulman-500-cruzados-201604070233_noticia.html

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